jueves, 29 de julio de 2010

Periodismo casero e insulso

Una de las cosas que se nos pide a los periodistas en proceso de formación, y que se le debería exigir también a los ya entraditos en materia, es que estemos informados de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. El buen periodista debe saber de política, economía, internacional... vamos, que debe conocer al dedillo todas las informaciones que salen en cada una de las secciones de un medio de comunicación. Es lo que muchos grandes empresarios comprueban antes de contratar al próximo becario. Entonces es cuando nos someten a un test de actualidad para cotejar que estamos al loro de todo.

El trabajo del periodista nunca termina, eso dicen los entendidos. Hasta tal punto está extenida esta afirmación que el otro día mi hermana me sorprendió durante la cena: "¿Pongo las noticias?". Un bufido sale de mis adentros: "No, prefiero ver Los Simpson". En este crucial momento noto una mirada clavándose sobre mí, me giro y me quedo mirando. "¿Qué?" La mirada incrédula me sigue observando. "No, nada, solo que me extraña que una periodista no quiera ver las noticias". Por un momento me siento desprotegida, intimidada incluso... ¿Será posible que mi hermana sea capaz de juzgarme de esa forma? Pero luego comprendo que tiene razón, que, si lo pienso fríamente, no suelo ver las noticias. Y me pregunto: ¿por qué?

La respuesta es muy sencilla y fácil de explicar. Al igual que la gran mayoría del público que necesita estar informado, yo he acabado por desilusionarme de los medios de comunicación. ¿Del todo? No, para nada, aún conservo algo de confianza en el periodismo, si no, ya me diréis qué hago estudiando esta carrera. Pero, ¿qué me desilusiona? Bueno, examinemos por un momento algunos medios de comunicación.

Si nos centramos en la televisión, la historia es bien simple. Me pongo a ver Antena 3 y lo primero que me dicen es que Onda Cero ha aumentado su audiencia con respecto al anterior EGM. ¡Vaya, qué interesante! Para mí sí lo es porque quiero ser periodista, pero, por ejemplo, ¿a un camionero le interesará esa información? Siguiente noticia: un niño brasileño que baila encima de una mesa. ¡Alucinante! Quizá esta noticia sí le interesará al camionero... o tal vez no. Cambiemos de canal: Telecinco. España es campeona del mundo de fútbol. La noticia que me encuentro: Sara Carbonero e Íker Casillas besándose... No, eso no me cuadra para apoyar la información deportiva. ¿Debemos incluirla porque Íker es el capitan? Mmmm, supongo que sí. Decido seguir mirando la televisión un poco más. Cartelera. Una película de estreno, en la que, casualmente, Telecinco ha colaborado... Ya está, no más.

Y lo peor de todo es que esto solo es un reflejo de las noticias en televisión, que si me aventuro a entrar en las ediciones digitales de algunos de los diarios más importantes del país, puedo encontrarme entre las noticias más visitadas la cena de Íker y Sara con Eva Longoria. Así que supongo que está claro por qué no me gusta ver las noticias. Siento que de alguna manera nos están manipulando y no informando, porque, todos saben barrer para casa (Onda Cero y Antena 3 son del mismo grupo informativo), todos saben rellenar contenidos con temas que son insulsos o recurrentes (porque yo aprecio a Íker y Sara, me parecen majos, pero no me apetece saber toda su vida). A la hora de la verdad, ¿qué medio es capaz de informar plenamente y recurrir a informaciones atractivas para el público? Desde mi punto de vista: ninguno. Así que me dedico a picotear de uno y de otro, no me quedo con ninguno ni leo noticias que no me interesan. Porque ya me encargaré yo de saber cómo va la reforma laboral, quiénes fueron los responsables de la tragedia del Loveparade, qué ha ocurrido en Cataluña con los toros o cómo va la Selección Española Sub 19 en el Europeo.

martes, 20 de julio de 2010

Mirando al mar


Continuamos de nuevo el camino de este blog, no quiero ir perdiendo la costumbre de hacer alguna que otra entrada de vez en cuando. Aun cuando hoy no tengo un tema en concreto del que hablar, creo que no está de más que vaya recuperando con frecuencia el hábito de escribir mis pensamientos.El sábado pasado pudimos salir de marcha por una de las discotecas más famosas de Santa Pola, el pueblo vecino, y así quitarnos un poco las telarañas, ya que hacía mucho tiempo que no habíamos ido de fiesta propiamente dicha.

Lo que más me gusta de esta discoteca no es sólo el ambiente que tiene, sino su situación: junto a la playa. Cuesta mucho llegar allí porque debes tener coche para acceder al lugar, pero cuando llega la hora del cierre, es inevitable no ir junto al mar y ver amanecer entre el murmullo de las olas. Estando en Madrid había olvidado lo mucho que me gusta el mar. Desde pequeñita he aprendido a amarlo y a respetarlo. Y el sábado pasado pude reencontrarme con él. Tenía tanto que contarme... y yo que contarle a él. La última vez que pisé el mar con la intención de confesarme ante él fue hace un año, cuando le pedí que me perdonara por irme y le prometí que volvería de nuevo...

Ahora estoy aquí, con muchas cosas nuevas que contarle, con ganas de que sus olas me abracen y el susurro del agua me guíe y haga que me deje llevar... Muchos creen que soy algo neurótica, que soy cabezota, nerviosa y poco paciente, pero cuando miro al mar... Ay, él es el único que sabe calmarme.

jueves, 15 de julio de 2010

El poder del fútbol

Ahora, después de cuatro días desde que España se proclamara campeona del mundo de fútbol, es cuando puedo mirar todo lo sucedido desde la lejanía y con la plena convicción de que no ha sido un sueño. ¿Por qué digo esto? Supongo que para todos los amantes del fútbol como yo, ver a la Selección Española siendo la reina mundial era un imposible hasta que, hace dos años, un equipo formado por 23 jugadores nos hicieron creer que los sueños se pueden realizar. En 2010 muchos de esos jugadores no han podido estar para repetir el logro, pero la calidad mostrada en la Eurocopa de 2008 no ha sido un mero espejismo y los cambios en el combinado no han afectado a los resultados.

El fútbol es el deporte rey de este país, al igual que el rugby, el beisbol o el baloncesto lo son en Estados Unidos. Pero lo que siente un aficionado al fútbol no se queda solo en los estadios, el fútbol tiene un poder increíble y eso es algo que he podido comprobar de primera mano. Desde bien niña he estado señalada por los demás solo por el simple hecho de adorar este deporte. Siempre me han colgado la etiqueta de rara por ser mujer y que me guste el fútbol. Pero lo que pocos saben es que este deporte me lo inculcó mi padre desde muy chiquitita. Con cuatro años me sentaba junto a él y disfrutaba de los partidos retransmitidos los sábados por la noche. Es cierto que no entendía mucho las reglas, pero él, cargados de una inmensa paciencia, intentó explicarme los detalles de este gran deporte. Conforme me iba haciendo mayor, adopté una postura crítica y apasionada del fútbol, tanto, que hasta me interesé en el equipo femenino local, pero mi padre, conocedor de mi gran capacidad para romperme huesos y demás, hizo que desistiera. Lástima, es una espinita que llevaré siempre clavada.

Mi afición al fútbol era tal que ya con doce años sufría las derrotas de mi equipo en mis propias carnes. Si ellos perdían, yo lloraba a mares, lo sentía como si fuera yo la que jugaba. Si ellos ganaban, yo lo celebraba como si la copa fuera para mí. Conforme me hice mayor, pude contener estas salidas eufóricas, pero aprendí muchas más cosas sobre el fútbol. El problema es que la Selección Española no conseguía satisfacer mis ansias de verles alzar una copa. Cada Mundial, cada Eurocopa nuestra selección volvía a casa sin pasar de cuartos. La maldición de los cuartos, dicen los expertos. Llegó la Eurocopa de 2008 y yo esperaba que acabáramos en cuartos también. Si no habíamos pasado antes, ¿por qué iba a ser diferente ahora? Por entonces ya estaba trabajando y ver los partidos me venía muy mal porque siempre tenía turno. Antes de darme cuenta, nuestra selección estaba en cuartos y además desplegando un juego elegante y temido por todos. Empecé a convencerme del milagro. ¿El problema? Italia. Ése era el rival... Aquel partido pude verlo porque no trabajé y, cuando llegaron los fatídicos penaltis, pensé que los cuartos volvían a llamar a nuestra puerta para decirnos: "Vuelve a casa". Pero San Íker nos salvó y cuando vi que estábamos en semifinales, supe que íbamos a ganar... Un presentimiento, una necesidad, ya nada nos podría parar.

Tras conseguir la Eurocopa, hicimos una fase de clasificación para el Mundial increíble: 10 victorias en 10 partidos. Alucinante. No podríamos ir con mejores expectativas. Llegó el día 16 de junio, nuestro debut, y todos estábamos esperanzados y confiados. Zas. Un toque de realidad. No se debe subestimar al enemigo pequeño, las grandes victorias de la historia también las protagonizaron las pequeñas potencias. Fue un golpe de atención que nos hizo no dormirnos en los laureles. Muchos comenzaron a pensar que sería como siempre: a cuartos y para casa. Otros se burlaron de nosotros. Pero si hay algo que ha demostrado esta selección es que hay mucho orgullo y mucho tesón y que es capaz de superar todos los obstáculos.

El 11 de julio de 2010 pasará a la historia como el día en que la Selección española de fútbol se proclamó por primera vez campeona del mundo. Pero también será recordado por el día en que millones de españoles se unieron bajo una sola voz para celebrar la victoria, la lucha, el sacrificio y la fuerza que nos caracteriza. Si el fútbol ha sido capaz de unirnos a todos y hacernos olvidar por un momento nuestros problemas, ¿por qué no intentamos aunar fuerzas para luchar contra las adversidades? Como dijo Paco González durante la retransmisión de los cuartos de final contra Paraguay: "Mañana tendremos problemas e hipotecas que pagar, pero hoy... hoy somos muy felices". Es el poder del fútbol.

sábado, 10 de julio de 2010

Con el paso del tiempo...

Por fin es viernes (bueno, ahora escribo en la madrugada del viernes al sábado). Es tontería alegrarse por la llegada del fin de semana cuando para mí, ahora que estoy de vacaciones, todos los días son iguales. Pero si digo que por fin es viernes es porque en mi casa hay más movimiento durante los fines de semana, algo lógico por otra parte teniendo en cuenta que mi hermana no va a trabajar y mi hermano planta sus raíces en mi amado hogar a pesar de tener desde hace tiempo el suyo propio. La llegada del fin de semana siempre es señal de planes, de nuevas salidas y de descanso. Pero hoy el viernes se nos ha adelantado porque a mi sister le han dado la tarde libre. Y claro, conociéndola, pues tocaba salida por la ciudad, lo que en nuestro argot significa: tiendas, helado, más tiendas y posiblemente cena... Estoy empezando a preocuparme por la cantidad indecente de helados y otras porquerías que estoy consumiendo en las escasas dos semanas que llevo aquí, pero bueno...

El caso es que hoy, mientras hacíamos una parada en L'Aljub para comprar ropa (para ella, que yo ya hice mis compras) y para cenar con el gentío, me ha pasado algo que me ha hecho comprender que el tiempo pasa para todos y que, aunque no siempre actuamos como tal, nos hemos convertido en personas adultas. Explicaré el hecho en sí. Después de la cantidad de dinero que nos hemos dejado en las compras varias, hemos decidido ir a cenar a un sitio algo más económico para el bolsillo. El lugar escogido: Los 100 montaditos. Sabedora del pudor de mi hermana a ordenar cualquier comida, aperitivo, cena y demás cosas que signifiquen interactuar con otro ser humano, he sido yo la que ha llevado el papelito con lo que queríamos tomar. Previamente había calculado cuánto nos costaría la cena por lo que, cuando me han cobrado, no me salían las cuentas... ¿Sería de nuevo miércoles y todo valdría 1 euro? No, más bien no. Reviso el ticket que me había dado la camarera y me percato de que solo ha contado una bebida... ¡Ops!

He aquí el momento del cambio en mí. Mientras reviso una y otra vez el ticket, me viene la imagen de una niña que, doce años atrás, entró en un quiosco y vio cómo al hombre que tenía delante de sí se le deslizaba un billete de 5000 de las antiguas pesetas y se calló vilmente sin decir nada para hacerse con él. Ahora el beneficio económico suponía dos euros más en mi maltrecho bolsillo (más bien en el maltrecho bolsillo de mi hermana). ¿Debía callarme? La chica no se había dado cuenta, podría hacerme la loca y nadie se enteraría... Total, dos euros no son nada para una franquicia como Los montaditos... De pronto, otra imagen, esta vez de dos años atrás. La protagonista: la misma persona. Una y otra vez la encargada contaba la caja y no le cuadraba y la joven tenía que echar mano de su cartera para que todo estuviera en orden.

Media vuelta con el ticket en la mano. La camarera prepara el pedido y me mira interrogante. "¿Todo bien?", pregunta preocupada. Miro el ticket. "Emmm, es que no me has cobrado la otra Pepsi". Su compañera, que está al lado, sonríe medio sorprendida, medio divertida. "Vaya, qué honrada", dice volviendo a la caja. "Bueno, no quiero tener luego remordimientos de conciencia". La camarera me mira un instante, sonríe agradecida y yo, mientras le deslizo los dos euros sobre la barra, le devuelvo la sonrisa. Supongo que no he cambiado el mundo, que esto puede sonar a tontería echadora de flores sobre mi persona, pero estas pequeñas cosas, aunque imperceptibles para cualquiera, a mí me hacen sentir bien conmigo misma. Al menos, aún me quedan muchas vueltas incorrectas que devolver hasta pagar mi condena por esas 5000 pesetas sustraídas años atrás...


P.S.: Mirando la hora en la que he publicado esta entrada, creo que debería acostarme más temprano, pero este calor abrasador no me deja pegar ojo...

jueves, 8 de julio de 2010

"Cuéntamelo, anda"

Este blog está empezando a parecerse a un monólogo interminable de mi vida... y mi intención primera no era ésa. No me gusta crear páginas en las que solo se hable de mis problemas o mis preocupaciones... Quería que este blog reflejara también aquellas cosas que me gustan: música, cine, literatura... pero este verano no está siendo excesivamente cultural para mí. Quizá sea porque después del desgaste del periodo estudiantil, no siento la necesidad de aportar más conocimiento a mi vida (mal hecho por otro lado, lo reconozco). Este verano está siendo un verano en toda regla: playa, piscina, amigos, fútbol, helados, cine... Supongo que estoy recuperando el tiempo perdido, porque durante los nueve meses del curso apenas he podido salir en condiciones con mis amigos. Pero no puedo evitar tener cierto remordimiento de conciencia.

En fin, el caso es que ése no es el tema de la entrada de hoy. Como decía, este verano está siendo todo un verano en toda regla y hoy, Juli y yo hemos aprovechado para ir a la playa. Hacía tiempo que no estábamos solos en la playa y hemos podido hablar con tranquilidad y comodidad de nuestras cosas... Él me ha contado sus asuntos y yo escuchaba e intentaba darle mi opinión. Me gusta tener esas conversaciones con él porque siento que puedo ayudarle, que puedo formar parte de sus decisiones de alguna forma... Luego nos hemos quedado en silencio durante un momento. Mal. Mi cara no está preparada para quedarse en silencio, parece que demuestra más de lo que yo quisiera... "¿Te hago ahora de psicólogo yo? Cuéntame qué escondes". Maldita sea. No sé disimular, no tengo remedio. "Nada, si no pasa nada". Lo tengo dicho: en los momentos tensos me entra la risa... obviamente, ésta no iba a ser una excepción. "Cuéntamelo... sabes de lo que estamos hablando". Uhm, vaya, un callejón sin salida, ¿no? "Que no hay nada que contar, ya lo sabes todo". No puedo mentir más descaradamente... Se hace el silencio. "Te estás comiendo la cabeza, ¿verdad?". Más silencio. "Sí". Agacho la cabeza. ¿De qué sirve mentir cuando todo apunta a la misma dirección? "Cuéntamelo, anda".

¿Para qué empeñarnos en ocultar nuestras cosas? ¿Tenemos miedo a las críticas o a que no sepan entendernos? No tengo la respuesta a estas preguntas, no sé por qué no quiero contar ciertas cosas... supongo que no quiero volver a hacer daño a las personas que tanto se han preocupado por mí. En cambio, yo sigo haciendo lo mismo, ¿acaso a mí no me importa hacerme daño?

sábado, 3 de julio de 2010

La tormenta que no cesa

A veces los seres humanos nos sentimos tan agobiados en nuestro entorno que sentimos la necesidad de evaporarnos, abstraernos a otro lugar, a otra época, allá donde puedan entendernos, donde sepan apreciarnos o donde todo lo que hemos soñado se pueda hacer realidad. Quizá no busquemos reconocimiento, quizás solo queramos saber qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos nacido en otro lugar, en otro momento. En una era en la que las redes sociales y la hipercomunicación están a la orden del día, es imposible no preguntarse cómo vivirían nuestros antepasados sin todos estos avances tecnológicos que llenan nuestra vida diaria.

Pero, ¿por qué esta reflexión? Bien, pues porque el otro día me llegó una de esas angustiosas y amenazantes cadenas de emails en las que había una serie de preguntas que debías contestar y enviar a tus contactos o morirías al final del día. Sí, yo también quiero conocer al iluminado que tuvo la feliz idea de enviar la primera cadena. El caso es que una de las preguntas me llamó la atención: Si pudieras vivir en otra época, ¿en cuál vivirías? A decir verdad, siempre he sentido verdadera devoción por el siglo XIX, por el apogeo de la sociedad, la lucha por las libertades, la eclosión del periodismo, el romanticismo... Pero, irremediablemente, siempre surge una pega, algo que te hace echarte atrás. Y esa pega es la intolerancia, la falta de comprensión ante lo "diferente"... ¿Cómo puedo pensar siquiera en retroceder doscientos años en el tiempo cuando ni siquiera hoy podemos gozar de una tolerancia completa?

¿Por qué digo esto? Pues porque a pesar de haber avanzado como lo hemos hecho, de haber inventado la televisión, la radio, internet, la luz, los viajes en avión, los espaciales... a pesar de todos esos avances, seguimos siendo una sociedad retrógrada y desnaturalizada. Rogamos respeto por nuestros ideales, pero censuramos los de los demás. Pedimos a gritos un cambio, pero no aceptamos los ajenos. Y eso lo comprobé el otro día mientras veía una serie de televisión. Amar en tiempos revueltos es una serie que refleja a la sociedad española de los años cincuenta, con sus problemáticas, sus inquietudes, sus costumbres... Pero claro, los guionistas pisaron mierda (hablando claro) al querer introducir una relación lésbica en la serie. ¡Habrase visto semejante desfachatez! Si las relaciones homosexuales son cosa del nuevo siglo, por supuesto... Si nunca ha habido mujeres ni hombres atraidos por otra persona de su mismo sexo. Si Platón no tenía a jóvenes imberbes tras sus pasos o Safo no escribía para mujeres a las que les declaraba su amor entre versos... ¡Qué va! Pero esto no lo digo yo, lo saco de los comentarios publicados en el foro de la página de la serie y de los comentarios de personas de mi entorno que, abrumadas por semejantes escenas entre dos mujeres, afirman con total tranquilidad: "Hay que ver, ahora todo son gays y lesbianas... parece que es la moda". ¿La moda? Pues nada, el año que viene en lugar de comprarme unas sandalias marrones voy a ver si me hago transexual... Como es la moda.

Pero claro, es que es más fácil cambiar de canal ante semejante escándalo... Es mejor pasar de la 1 a Telecinco donde tenemos a un papanatas (esto es opinión propia) que nos muestra cada día en su programa (si es que se le puede llamar así) con quién se acuesta cada famoso y de qué se ha operado cada colaborador suyo... Es mucho más educativo ver un programa que vive del escarnio público que una realidad social que, a pesar de estar narrada en los años cincuenta, se lleva desarrollando a lo largo de los siglos, aunque por estar en la sombra no se entienda su existencia. Mejor aprender a criticar que a respetar, desde luego... Lo más interesante de todo es que muchos de estos presentadores y periodistas que se dedican a este tipo de "periodismo" son partidarios de estas modas que se han creado en los últimos años. Pero bueno, siempre es mejor ver un programa presentado por un homosexual que ver una serie donde se muestra explícitamente una relación homosexual. Bienvenidos a la hipocresía de la sociedad.

Y luego se preocuparán y clamarán al cielo preguntando por qué es necesario un día del Orgullo Gay, como el que hoy, 3 de julio, se celebra en Madrid. Quizá Intereconomía con sus anuncios bienintencionados trate de llamar a "las personas normales" para que reivindiquen sus derechos, pero hasta que "las anormales" no podamos vivir sin sobresaltos, días como éste serán necesarios. Así que continuad en busca de ese arcoirís de seis colores... aunque veáis que la tormenta sigue sin cesar.