miércoles, 29 de diciembre de 2010

Jaque mate


Se ponía como cada día enfrente de la gran fuente del parque. Colocaba su tablero de ajedrez y esperaba a cualquier caminante que quisiera retarla a una partida. Muchos fueron los que pasaron ante sus piezas y acabaron perdiendo. Nadie había conseguido ganarle ninguna partida, pues la joven vencía a cualquier contrincante. Las partidas que se jugaban apenas duraban unos minutos. El ritual era siempre el mismo: un joven se sentaba, la miraba y, sin decir nada, empezaba el juego. La joven no le miraba y, antes de que soltara dos palabras, ya tenía el rey muerto. A veces, cuando el contrincante se sentaba, intentaba despistarla agasajando algún aspecto de su belleza. La chica apenas se movía ni tampoco hacía el menor gesto de desconcierto, y la partida terminaba como era de esperar: ella triunfadora y él humillado por la derrota.

Día tras día, pasaban ante ella docenas de personas para retarla al ajedrez y siempre con el mismo resultado. Corría el rumor de que no tenía sentimientos, ya que no miraba a los ojos a aquellos contrincantes y tampoco les dedicaba palabra alguna durante la partida o después de ella. Nadie sabía nada de la vida de la joven, pero siempre a la misma hora aparecía en aquel parque con su tablero y no se iba hasta el atardecer, después de haberlos derrotado.

Cierto día, de en mitad de la multitud, apareció un joven que quiso jugar con ella. Después de que derrotara al enésimo contrincante del día, el chico se sentó frente a ella con serenidad. La joven no le miró, como de costumbre, se dedicó a colocar las piezas en su lugar y esperó a que comenzara el joven, pues tenía las blancas. Él se acercó lentamente al peón situado frente al alfil derecho y lo movió dos casillas. Cuando lo dejó, lanzó una pregunta a la joven:

- ¿Por qué nunca hablas?

La joven no contestó, realizó su movimiento y apenas se inmutó ante la pregunta. El murmullo de la gente aumentó. Algunos decían entre dientes que era una maleducada, otros suspiraban porque conocían el carácter de la chica. El joven no se rindió y movió el peón que estaba al lado del anterior, dejando al descubierto el alfil.

- No quiero distraerte, solo quiero hablar…

La chica movió de nuevo y no levantó la vista de la jugada. No parecía dispuesta a cambiar de opinión así como así. El joven sonrió y realizó otro movimiento.

- Siempre haces este movimiento –dijo mientras le mataba el caballo y retiraba la pieza del tablero.

Por primera vez, la chica levantó la vista de las piezas y miró a los ojos al joven. Su mirada era penetrante y enigmática. No sabía que alguien pudiera tener estudiadas sus jugadas y eso la sorprendió. Quiso innovar y movió otra pieza.

- Y ahora quieres cambiar… Es una buena jugada, ¿quién te enseñó?

- Mi padre –contestó.

Por fin había hablado y no sabía por qué. Aquel joven había conseguido desconcertarla como nunca lo había conseguido nadie mientras jugaba al ajedrez. Su mundo era aquel juego, ahí se escondía de todo lo que le preocupaba y nadie podía sorprenderla. El joven movió de nuevo y aprovechó para hacer otra pregunta.

- ¿Por qué no hablas?

- Si no me van a dar conversaciones interesantes, ¿para qué molestarme?

- Buena respuesta también –movió una pieza y se llevó la que acababa de matarle a la joven, que no daba crédito.

- ¿Cómo lo has hecho?

- Aquí las preguntas las hago yo –contestó sonriente mientras esperaba a que moviera de nuevo.

La partida avanzó durante una hora y no estaba claro quién iba ganando, pues cuando uno cedía el otro no conseguía avanzar y viceversa. La gente empezaba a sorprenderse del aguante del joven y se fueron reuniendo más curiosos en el lugar. La conversación avanzaba a la par que la partida lo hacía y la joven no comprendía cómo aquel chico había podido doblegar su carácter de aquella manera, pero, aun así, no estaba dispuesta a claudicar. Quería volver a ser la chica impertérrita e impasible, pero no lo conseguía, siempre la sorprendía con una jugada o una pregunta que la derribaba por completo. Llegó un momento en el que la partida estaba a punto de concluir, cualquier jugada decidiría quién ganaría y no debían arriesgarse. Ya no había vuelta atrás y ninguno de los dos quería quedar en tablas. El joven realizó un movimiento complicado y la chica sonrió pensando que aquello le favorecería.

- ¿Por qué estás tan triste?

Se hizo el silencio hasta que la chica efectuó el movimiento y se comió la torre del joven.

- No estoy triste.

- Sí lo estás… -ahora no miraba el tablero, la miraba a ella.

- No, sólo me concentro –respondió ella sin aguantarle la mirada.

- No es cierto, estás triste y es porque ocultas una pena –dijo mientras realizaba la jugada que esperaba.

La chica no supo qué contestar. No sabía si le había sorprendido más la jugada o la respuesta del joven. Por un momento no supo qué hacer y, cuando movió, realizó un movimiento equivocado.

- Supongo que no siempre estoy alegre y eso es porque no me fío de la gente, es mejor ser solitaria a que te hagan daño.

- Pero si no te lanzas a conocer gente, si no te dejas llevar cuando te sientes bien, ¿qué te queda? Miedo –movió otra pieza y la dejó al descubierto.

- Eso no es así –estaba acorralada, la jugada del joven había sido muy buena y la respuesta también- Solo que no estoy preparada…

- Si no lo intentas, no lo sabrás nunca...

- ¿Y si me hago daño? –movió de nuevo.

- ¿Y si no? –avanzó su pieza y la miró fijamente…

En cuanto la joven lo miró a los ojos comprendió que lo que le decía era verdad. Miró de nuevo al tablero y quedó sorprendida. Jaque mate.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Las notas del recuerdo


Notas de piano, cuidadosamente elegidas, son lo primero que se escucha. Por un momento, dan ganas de retroceder y comprobar en el letrero de la puerta que estamos en el CSIC. Cuando se entra en la residencia de estudiantes lo único que no se encuentran son estudiantes. El paso raudo y veloz de personas impide poder interactuar con ellas, pero salta a la vista que hace mucho que dejaron la facultad. Las notas continúan sonando hasta que, de pronto, se oyen aplausos y una puerta se abre para dar paso a la multitud que abandona el lugar. Al entrar en el salón de actos un piano de cola, ahora vacío tras el recital, preside la sala que, en épocas anteriores fue lugar de reunión de Dalí o Lorca. Precisamente es el piano que él tocaba el que acompaña al que hoy es protagonista. El instrumento del escritor se encuentra solo, vacío, nadie le toca, nadie se sienta ante él ni le dedica el tiempo que Lorca le dedicaba. Siente la ausencia de su intérprete, como si supiera que nadie como él volverá a pasear sus dedos por las teclas. Se mantiene expectante, inmóvil, insonoro, mientras cientos de personas escuchan a otro parecido a él, pero más renovado, y se maravillan del sonido que evoca. Es precisamente el instrumento de Lorca un fiel reflejo del paso del tiempo, no sólo por el aspecto añejo y abandonado, sino por el ambiente que lo rodea. En el año de su centenario, la residencia de estudiantes guarda poco parecido desde que los personajes ilustres que caracterizaron una época tan controvertida como la II República abandonaron la estancia.

Lo que antes era un fluir de mentes púberes deseosas de adquirir conocimiento, ahora se ha convertido en un ir y venir de viajeros, investigadores y demás personalidades que buscan estancia en el lugar por el módico precio de 77,60€ la noche. Así lo confirma una empleada del lugar, quien explica sus nuevas características. “Ofrecemos un servicio de alojamiento a todos aquellos que necesiten un lugar cerca del CSIC. Por aquí pasan muchas personas con distintos motivos: culturales, investigadores, académicos…Y además se llevan a cabo exposiciones y reuniones culturales”, explica mientras cede una llave a un joven que piensa hospedarse unos días. Cuando se le pregunta por la residencia de estudiantes de antaño, la empleada alude a la importancia que tuvo en cuanto a las personalidades que se alojaron en ella y lamenta que “no se haya preservado como tal”, pero su nueva función es de “vital importancia para aquellos que están de paso”. Quizá el cambio radique precisamente en esa descripción: en el ajetreo. Pocos elementos se mantienen de antaño, pues muchas de las instalaciones que engloban a la residencia han sido modificadas para la comodidad de los visitantes. Una sala de lectura plagada de la prensa diaria o una pequeña terraza con una televisión al fondo son algunos de los elementos que hay en la entrada. Si recorremos las instalaciones, veremos que en la planta baja hay una cafetería acondicionada con todo lo que un huésped pueda desear. Aunque algunos elementos gráficos todavía se mantienen para intentar preservar el espíritu de antaño.

De vuelta a la planta superior, la música vuelve a comenzar, es un aspecto insospechado para un lugar tan anclado a la ciencia como el CSIC. Preguntamos qué ocurre para que haya música en el salón de actos y se haya congregado tanta gente: “Esta tarde tendrá lugar un concierto especial a cargo del Coro y la Orquesta Nacional y ahora se encuentran ensayando”. El CSIC cede sus instalaciones para que se lleve a cabo un concierto tan multitudinario que hay más de cien personas en lista de espera. Más de 40 cantantes se reunirán esa misma tarde para, acompañados de los acordes de la Orquesta Nacional, deleitar a decenas de espectadores. La música continúa, ahora con un ritmo más elevado. La sala está vacía, ya todo el mundo se ha marchado del ensayo, pero no se para de tocar, siempre se ensaya, para que todo esté perfecto. Aunque, a priori, ciencia y música parezcan diferentes, su espíritu perfeccionista las une irremediablemente. En ambas materias, nunca se para de investigar, de mejorar, de perfeccionar hasta el mínimo detalle. Cada una, a su manera, otorga amplios beneficios al público al que van destinadas.

El pianista advierte nuestra presencia y se voltea para preguntar. Inquieto, confirma que es el director del Coro Nacional y que está ensayando para el recital de la tarde. Entre las canciones que muestra en la partitura, hay varias de la época de Lorca y explica que el concierto será un recuerdo a aquellos poetas de la Generación del 27 que habitaron el lugar. Se trata de un recital poético musical que contará con varias construcciones de poetas como Gerardo Diego, Rafael Alberti, Miguel Hernández y el propio Lorca. El espectáculo que tendrá lugar en unas horas es de vital importancia, pues se pretende “transportar a los asistentes a la época en la que vivieron los estudiantes de la residencia”, explica el director. Tanto el Coro como la Orquesta Nacional están ensayando con mucha energía para que todo salga perfecto. Dos o tres semanas es el periodo de preparación que necesitan para un acontecimiento de estas características. Es tal la magnitud del concierto que los ensayos se prolongan durante toda nuestra estancia. “Sabemos que esto es un intercambio de prestigio tanto para nosotros como para el CSIC y su residencia, y tenemos que hacerlo bien”, asegura. En cuanto a los asistentes, destaca que suele ser público “con gran interés cultural” y sabe que es “algo que choca”, pues la concepción del CSIC es altamente científica. Aunque no por ello se debe eludir “la gran importancia cultural que representó la residencia en una época pasada”, apunta rápidamente. Se disculpa por abandonar el lugar sin que le podamos preguntar nada más. Falta poco para el espectáculo, apenas unas horas, y hay mucho que preparar.

El ir y venir de personas no cesa. Un joven, más nervioso de lo habitual, deambula de un lado a otro. Cree que venimos a la prueba, pero nada más lejos de la realidad. Aclara su voz y sonríe mientras dice que va a intentar entrar en el Coro Nacional, por eso está ahí, para hacer su audición. Trae consigo varias carpetas con partituras de melodías que va ensayando en voz baja. Al poco de abandonarnos, el director del Coro Nacional vuelve hacia nosotros, esta vez, para hablar con el joven. “Adelante” es lo único que le dice. El aspirante nos mira con miedo y, por primera vez, vemos un rostro que bien se podría equiparar al de cualquier otro estudiante antes de un temido examen.

El paso del tiempo, la evolución de la historia y las nuevas demandas empresariales han cambiado sobremanera el aspecto que tenía la antigua residencia de estudiantes. Quizá no albergue a jóvenes inexpertos deseosos de aprender y sus moradores se hayan vuelto más nómadas que en antaño. Quizá los cambios no guarden relación con todo aquel tiempo pasado, que, según el dicho, fue mejor. Ya no se podrá ver a Lorca o Dalí recorriendo sus pasillos, pero en el ambiente, en su esencia, se mantiene ese halo de cultura y enseñanza que rodea cada palmo del CSIC. Suena la música de nuevo, notas suaves acompañadas por la voz del joven aspirante. No será Lorca quien toque fiel su piano, pero a través de la voz del cantante uno consigue volver al pasado.