lunes, 23 de abril de 2012

(X) 1. Bienvenida a tu nuevo hogar

Miraba sus manos una y otra vez. La sangre las teñía de un color rojo intenso. Volvió la vista al suelo y lo vio inerte, sin aliento, sin pulso. El shock la paralizó de tal forma que no supo a qué reaccionar primero. Tenía que deshacerse de él, de alguna manera, pero rápido. 

El resto de lo que sucedió a partir de ese momento no se guardó en su memoria. Se diluyó como se diluye el azúcar en un vaso de agua. Y así es como se quedó en su recuerdo, imperceptible si lo ves desde fuera, pero intacto si lo miras con detenimiento. 

*** 

Las puertas de la prisión se cerraron tras ella al pasar. En ese momento sintió como si unas cadenas imaginarias la golpearan en la espalda. La cárcel de Alcalá de Guadaira era un sitio bastante diferente a como se lo había imaginado. Acostumbrada a ver las películas policíacas en televisión y las pobres prisiones que en ellas salían, aquel lugar era un lujo en comparación. La celadora le apretaba el brazo mientras la conducía con las esposas a la que sería su celda a partir de ahora. 

 - Vamos, camina. No te recrees, tendrás tiempo de sobra para admirar tu nuevo hogar –soltó entre dientes y casi con sorna mientras la empujaba pasillo arriba. 

A medida que avanzaban, Silvia miraba dentro de las celdas a ver si podía distinguir a alguien. Una tras otra vio a las mujeres que las ocupaban. Las había de todas las edades, de todas las estaturas, de todas las nacionalidades. Algunas portaban en sus rostros el peso de lo que supone llevar en aquel lugar tantos años. Otras, en cambio, se habían adaptado de tal forma que para ellas estar ahí era como estar en casa. La celadora la detuvo en seco frente a una celda vacía. Cogió de su cinturón una llave, la abrió y la metió dentro de aquel cubículo. 

- A partir de hoy, ésta será tu suite. Más vale que te portes bien –le quitaba las esposas- Dices que eres inocente, pero eso decís todas. Vas a pasarte aquí muchos años. Te lo aseguro. 

Y diciendo eso, salió de la celda y la cerró al salir. Silvia se volteó para mirar aquella habitación. Una cama pequeña, una ventana enrejada que daba al patio interior, un escritorio y poco más. Se sentó al borde de la cama y cabizbaja pensó que podría ser peor. Era inocente, estaba segura de ello, así que no tenía dudas de que conseguiría salir de allí pronto. Cualquier otra hubiera sentido pavor de estar en aquella prisión con todas esas mujeres que habían cometido delitos y que podrían hacerle la vida imposible. Pero ella no, confiaba en la justicia y en que saldría pronto de allí. Se tumbó del todo en la cama y consiguió dormirse rápidamente. 

*** 

A la mañana siguiente, el golpeo de las celadoras en las puertas de las celdas la despertó intempestivamente. Por un momento había olvidado dónde en encontraba, pero al mirar hacia la ventana enrejada que dejaba entrar la tenue luz de la mañana, volvió a recordar que estaba encerrada. 

- ¡Arriba, perezosas! Hoy tenéis que estar en el comedor rápido, hay inspección. ¡Vamos y salid ya de la cama! –se oía gritar desde el pasillo. 

Silvia se lavó la cara, y se miró al pequeño espejo que había sobre el lavabo. Intentó tomárselo de buena gana. Suspiró y comenzó a asearse para ir al comedor. Todos los días a las nueve de la mañana, las presas salían de sus celdas dispuestas a desayunar en el comedor principal de la cárcel. Aquel día venía un inspector de presiones enviado por la Comunidad de Andalucía, así que se había adelantado la hora del desayuno a las ocho y media. 

En fila de uno, las mujeres iban avanzando por aquel comedor como si de autómatas se trataran. Mientras, como si fuera un ritual casi sagrado, ocupaban cada uno de los asientos dispuestos ante las cuatro grandes mesas de aquel comedor. Silvia no sabía dónde colocarse, así que esperó a que todas tomaran asiento y se fue a poner junto a una esquina que estaba libre.

 - Tú eres nueva, ¿verdad? –le espetó una voz desde su izquierda. 
 - Sí –contestó sin levantar la vista de la mesa. 
 - Uy, se te nota de lejos. Pero mírame, que no muerdo. Bueno, o al menos no siempre… -soltó entre risas- Mi nombre es Ana. 
 - Yo soy Silvia –le tendió la mano. 
 - ¿Por qué estás aquí? 
 - Soy inocente. 
 - Eso dicen todas –dijo con una mueca- Yo te he preguntado por qué estás aquí. 
 - Apropiación indebida de caudales –soltó casi en un hilo de voz. 
 - Uuuuuuh… Bueno, al menos tú no has matado a nadie. 
 - Creía que en esta cárcel no había asesinas. 
 - ¿Quién te ha dicho eso? –preguntó sorprendida- Aquí hay de todo. Es verdad que el 90% de estas mujeres están por robos o delitos relacionados con el tráfico de sustancias. Yo, sin ir más lejos, estoy aquí por eso. Pero siempre hay alguna que está aquí por algo más grave. 
 - ¿Como quién? 

Ana se giró para divisar a todas las presas y pronto vio a quien estaba buscando. Sentada al final de la última mesa, más alejada que ninguna otra, y comiendo sola había una mujer de pelo oscuro que no levantaba la vista del plato. 

 - Ella –señaló con un movimiento de cabeza- Está aquí por matar a su marido a sangre fría.


1 comentario:

  1. Abúrrete más a menudo que así nos distraes al resto =p

    ¿Qué habrá llevado a "Ella" a matar así a su marido? ¿Entrará en relación con Silvia? Mmmmm... misterio, misterio... jejeje

    Esperaré el próximo ^^

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